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Y eso que el personal del Palacio se empleó en llamar
la atención si sacabas el móvil para una foto |
Un hombre para la eternidad. Un artista. Un tipo que con su música evita masificar al que lo escucha, y hace irrepetible cada noche. Esta es la diferencia con los madonas de turno, que repiten el disco para que la audiencia bien entrenada en esto de "consumir" aplauda a rabiar.
Pero es que estamos ante un músico de raíz. El árbol de las canciones. De aquí sale todo lo demás.
Los Lobos, con un pésimo sonido, nos amenizaron la espera con algún guiño a Grateful Dead, y con concesiones al público con
Volver y la
Bamba.
Dylan se presentó en Madrid con su excelente banda y nos hizo pasar una de las mejores veladas que muchos recordamos.
Lo hizo en el Palacio de Deportes (ahora se llama como un banco), con un personal de sala amable para indicarte tu butaca, pero demasiado cansino con llamar la atención si hacías una foto (¿qué tal si os empleáis mejor en apagar los luminosos de anuncios de tarjetas de crédito, mandar callar a los pelmazos que hablan en la parte de atrás, o evitar que los necesitados de atención griten chorradas?).
Sí, repitió por tercera vez set list (hat trick), pero es que vaya conjunto de canciones. Si me hubieran preguntado antes no habría dudado: las quería escuchar otra vez.
Bob consiguió transformar el Palacio de los Deportes en un bar de blues. Un ambiente íntimo con un sonido excepcional. Así da gusto ver un concierto. Y disfrutarlo. ¿Quería usted que Bob le interpretara el Greatest Hits que atesora en su discoteca? Error, no era el día, ni el artista. ¿Quería usted que Bob saliera con guitarra y armónica, cantara
Los tiempos están cambiando y saludara a Pablo Iglesias desde el escenario? Error!, no sabes quién es Dylan. Vaya usted a manosear a otro cantante, que este señor de 74 años no se deja comprar.
A cambio arrancó con un majestuoso
Things have changed (sí las cosas han cambiado) cuyos primeros acordes recordaban al clásico
Jolene.
Sombrero de ala ancha, levita, brazos en jarra, como para empezar un duelo. Armónica en mano, no tocó su Fender, a la que yo creo que por prescripción médica no le dejan colgarsela. Durante el concierto alternó el piano, demostrando ser un gran interprete.
Y después una versión fantástica de
She belongs to me (Ella es mía! a ver si os enteráis y disfrutáis), con un espléndido solo de armónica.
Después vinieron
Beyond Here Lies Nothing, y sobre todo
Workingman’s Blues #2, uno de los puntos álgidos del concierto. La voz de Dylan resonaba como la de un profeta.
Con
Duquesne Wistle la banda demostró contundencia, con un arranque para recordar. Leo en alguna crónica que Dylan no le tiene pillada la entrada a esta canción. Pues mirad, yo no lo comparto.
Después Dylan acometió
Waiting for you al piano, y
Pay in blood con voz de predicador.
Y llegó otro clásico,
Tangled up in Blue, de ese disco imprescindible que es
Blood on the tracks. Terminó y comenzaron a sonar los acordes de
I'm a fool to want you, pero rápidamente tornaron en los de
Full Moon and Empty Arms, la primera visita a su último disco de homenaje a Sinatra.
Y llegó el descanso, del que avisó el propio Dylan. Hubo algunos casos de pánico en la sala, pero gracias a este intermedio, el concierto pudo contar con más canciones de las que habría interpretado Bob de haber hecho todo de corrido.
A los 15 minutos Bob no espera a nadie y ya estaba a todo trapo con
Highwater, y casi sin descanso ,
Simple Twist of Fate, otra obra maestra de
Blood on the tracks.
Tras este par, entramos en un ambiente más íntimo, a lo que ayudó mucho la bellísima iluminación.
Early Roman Kings (la canción más floja del concierto) podría haberse quedado fuera, pero estábamos ante otra cumbre del concierto: la versión estremecedora de
Forgetful Heart con Garnier tocando el contrabajo con arco. Le siguen una triada recia con
Spirit On The Water,
Scarlet Town, y
Soon After Midnight, para desembocar en esa maravilla que es
Long and Wasted Years, seguida de una delicatessen:
Autumn leaves.
Aquí cada uno se descubrió. Y aparecieron los pesados de turno de cada concierto de Bob, que fueron acallados pertientemente.
Los bises fueron un
Blowin’ in the Wind con Bob al piano y Garnier meciéndonos con su bajo, y
Love Sick que con todo merecimiento es ya obra maesta y no "canción de sus últimos discos".
Este es Bob Dylan, un hombre para la eternidad. Músico, artista, genial interprete. Raíz y copa.
Enlaces de interés:
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Set list
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