domingo, 9 de mayo de 2010

Un barco con ocho velas y cincuenta cañones


La influencia de Weill no terminó ahí. En 1962, Lenya apareció en la revista Brecht on Brecht en el Theater de Lys en el Greenwich Village de Nueva York. Un joven cantautor de Minnesota llamado Bob Dylan fue a ver el espectáculo y quedó fascinado tras ver a Lenya cantar Pirate Jenny, donde una prostituta fantasea con la idea de vengarse de los hombres que la explotan. "El público eran los caballeros de la canción", escribió Dylan en su autobiografía, Crónicas. "Eran sus camas las que estaba haciendo (...). No era una canción de protesta o tópica y en ella no había ningún amor a las personas". Lo que intrigó especialmente a Dylan fue la críptica repetición del estribillo: "y un barco con ocho velas y cincuenta cañones (...)". El verso le recordaba a las sirenas para avisar de la niebla en el lago Superior, cerca de donde pasó su infancia, en Duluth: "Aunque no pudieran verse los barcos en medio de la niebla, se sabía que estaban allí por los sonidos estruendosos que retumbaban como la Quinta de Beethoven: dos notas, la pirmera larga y profunda como un fagot". En el espíritu de Brecht y Weill, Dylan se dispuso a tallar sus propias frases, a la manera de un Gestus, en las mentes de los oyentes de finales del siglo XX: "The answer is blowin' in the wind", "A hard rain's a-gonna gall", "The times they are a-changing". La última era una cita directa de una de las letras de Brecht para Hanns Eisler. El espíritu de Berlín seguía vivo.


En El ruido eterno, de Alex Ross (Seix Barral), página 247-248, subrayando la cultura musical y la curiosidad insaciable del joven Dylan.

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