miércoles, 9 de marzo de 2011

La foto de Suze Rotolo y un amigo, por Jesús del Campo


Enlace a un delicado y firme artículo de Jesús del Campo en La Nueva España.es

Ahora que han pasado unos cuantos días, uno esperaba que el disco «The freewheelin» de Bob Dylan apareciera con la portada borrosa en su mitad derecha como por arte de triste magia. Se ve a una chica del brazo de un chico; el chico es él. Ella, como sabrán, se llamaba Suze Rotolo. Dylan la recuerda en sus «Crónicas», le llevó a ver una obra sobre Brecht en un teatro neoyorquino y eso le influyó enormemente. Hablando de aquellos tiempos y comparándolos con otros más cercanos, Rotolo escribió: «Nosotros teníamos algo que decir, no algo que vender». Es imposible definir mejor qué ha pasado en la música y en otros mundos. Es de suponer que para querer decir algo sin dar prioridad a venderlo hace falta una ingenuidad que se pierde una vez sólo, porque no vuelve. Tampoco sería tan grave trocarla por el cinismo de vender primero y decir después, como fue evidentemente el caso, si el talento se mantuviera vivo. El cinismo tuvo en España virtudes curativas; estar de vuelta, o aparentarlo, era una forma de subrayar que los años grises habían quedado atrás. La razón es sencilla: cuando Suze Rotolo y sus amigos tenían algo que decir, en España el derecho a decir cosas estaba muy recortado. Y cuando llegó el tiempo de las libertades y de quemar etapas a toda marcha para buscar la homologación con los que siempre habían podido decir, ya se había echado encima el momento de vender. Ya lo había dicho -y vendido- Felipe González; se trataba de que los españoles se reconciliaran con su pasaporte. Una de las formas de reconciliarse fue sumarse a la moda de vender y, de paso, olvidarse de la incómoda cuestión del talento.

«Al guarda quién lo guarda», solía preguntar en clase Gustavo Bueno. No había hecho falta que nadie certificara que en los días de Rotolo -de la joven Rotolo que le da el brazo a Zimmerman en una calle neoyorquina; alguien debería declarar ese lugar patrimonio histórico, como hizo el Gobierno de Londres con el paso de cebra de Abbey Road- había tanto talento en el aire como en primavera hay polen que aflige a los alérgicos. Después, cuando se trató de vender y no decir, ya hubo notarios que certificaban calidades en función de eso, de la venta. Ya hubo guardas sin guardia que crecieron y se multiplicaron sobre las cercanías desérticas del paraíso perdido. Annie Leibovitz, que tanto podría decir sobre los tiempos en los que decir era importante, ha puesto juntos a Penélope Cruz y a Jeff Bridges en una foto como la Bella y la Bestia, respectivamente. Ya ves, degenerando, dijo una vez don Juan Belmonte. Pues eso.

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