Lo publica en Página 12
Una noche, Bob Dylan salió al escenario con una máscara de goma que era su propia cara. El público se quedó atónito. ¿Habría tenido otro accidente? ¿Sería un impostor? La voz sonaba igual. Si era un sustituto, hacía muy bien su trabajo. Cantó un rato con la máscara puesta, y después se la arrancó y la lanzó lejos. ¡Aquí le tenemos en carne y hueso! ¡El auténtico! Fue una actuación terrorífica y el público en ningún momento dejó de preguntarse si realmente era Dylan o no.
En La parte inventada, de Rodrigo Fresán, me he sentido como uno de aquellos espectadores, pues todo ha sido un ir y venir desasosegado, viajando de una máscara a otra de ese hombre solo o escritor que es el centro de la novela y que, como mínimo, es un agente triple: el que lee y escribe, el que tiene vida privada y baja en funicular a la ciudad, y el que aparece en público. Ese agente triple me ha recordado que un ventrílocuo es mucho más él mismo cuando está simultáneamente siendo otro, pero ninguno de los dos es él tras caer el telón, lo que nos lleva a preguntarnos quién es ese tercer hombre que se queda solo, distinto de los dos del escenario.
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